domingo, mayo 20, 2007

Odisea en Sevilla



Los que me conocen saben que soy dado a exagerar. Sin embargo, es necesario recapitular y ordenar los acontecimientos que provocaron mi particular visita relámpago a Sevilla, capital del centralismo para los que creemos que Andalucía Oriental en general y Jaén en particular no están suficientemente atendidas por la administración autonómica.

Todo comenzó el sábado por la mañana, cuando estaba en Voluntariado. Allí escucho el comentario de Mateos de que la tuna se iba esa misma tarde a Sevilla, a las 3. De repente, se me ilumina una bombilla y tengo la ocurrencia de preguntarle cómo van. Cuando me informa de que es en autobús, y no precisamente pequeño, me pongo en acción. Tras hacer las consultas pertinentes (al segundo de la tuna para pedirle permiso, a mi compañero Tomás por si se apuntaba, a mi primo Pablo por si nos daba alojamiento allí), hacemos el petate en un santiamén. Naturalmente, la puntualidad brilla por su ausencia y la inmediata salida de las 3 de la tarde se convierte en un cónclave de tunos, madrina y admiradoras en el patio del Chus (donde estaba aparcado el autobús), que se alarga hasta las cuatro de la tarde, cuando parte la comitiva.

En el viaje, Tomás y yo estamos sentados en la parte delantera del autobús, a donde nos mandan amablemente a Mateos, Canales y Enchufe para que nos hagan alguna gracia. Claro que éstas no resultaron del todo gratis, sobre todo para sorpresa de Mateos.

Al entrar en la provincia de Sevilla, nos desviamos a La Roda de Andalucía, de donde es Mateos. Allí, tanto Canales como él son abandonados a su suerte y retados a que lleguen a la capital hispalense antes que nosotros.

Una vez en Sevilla (la propaganda electoral de Monteseirín, Zoido y partidos nacionalistas, algunos con lemas curiosos, revelaba que habíamos llegado), el autobús entra por el barrio de Nervión, en dirección Macarena. Desde allí, pasamos a la Alameda de Hércules y a través de una serie de calles, desembocamos en la Plaza del Conde Duque, donde quedamos citados para las 9:00. Mientras los tunos se dirigen al lugar de actuación, Tomás y yo contactamos con mi primo, dejamos los petates y nos entregamos a las maravillas que nos ofrecía la calurosa ciudad a las 8 de la tarde: la Librería Beta de la Calle Sierpes (instalada en un antiguo teatro), la vista de la Giralda desde la Plaza de San Francisco, la Feria del Libro de Plaza Nueva (con la presencia en las casetas de firmas como El Lute, Irene Villa, Julia Navarro... y ¡de una militante de los Verdes que trata de persuadirnos para que votemos a su lista!, a la que tangamos), la Avenida de la Constitución, con las vías del tranvía (perdón, metro ligero) y la recién inaugurada FNAC; y la Fábrica de Tabacos (hoy sede del Rectorado y de varias facultades). Lo malo era que el ambiente termina agravando mi alergia por momentos, con el consiguiente coñazo de recurrir a los pañuelos de papel continuamente.



A las 22:25 nos reunimos con mi primo en la Plaza del Conde Duque y nos vamos a la Alameda a tomar unas tapas, a un bar que también es cafetería: Piola. Las terrazas de la Alameda empiezan a estar rebosadas de gente. Como nos quedamos con hambre, optamos por retirarnos al piso de mi primo, donde terminamos de cenar mientras disfrutamos de la película La noche de San Lorenzo, en V.O.S.E. y de una animada charla sobre la Italia de la Segunda Guerra Mundial y el cine en general.

Nos acostamos al filo de las 2:30 y, tonto de mí, decido apagar el móvil tras poner la alarma a las 8. Cuando me despierto a esa hora y lo enciendo... ¡Sorpresa! ¡Cuatro llamadas perdidas de un compañero tuno y un mensaje enviado a las 6:44 que nos advierte que se van ya! ¡Qué poco aguante! ¡Y nos dejan en tierra! Tras intentar avisarles en vano (después logramos hablar con ellos, con el consiguiente cachondeo), decidimos preparar planes alternativos de evacuación y desayunar, dado que no tenemos el don de teletransportarnos en minutos al comedor del Loyola, como nos sugerían nuestros ex compañeros de viaje (no hace falta aclarar que las bromas seguían).

Aprovechamos la mañana para ver el Parque de María Luisa, el entorno del río Guadalquivir y la Plaza de España (¡Qué preciosidad, ahora que han terminado de restaurar los azulejos de las provincias!) y a las 13:30 cogemos el autobús a Córdoba. Sí, sí, han oído bien. No a Granada, sino a la vecina ciudad de los Omeyas, donde nos esperaba un amigo nuestro para volvernos en coche a la ciudad de la Alhambra. En la cercana estación de RENFE en Córdoba comprobamos la eficacia del aparato propagandístico de la candidata de Izquierda Unida y actual alcaldesa.



Por fin, tras dos horas, ponemos fin a nuestro viaje en Granada, cansados pero orgullosos de haber aprovechado esta visita relámpago y la odisea a la que dio lugar. La próxima vez, si es que la hay, que viajemos con la tuna, procuraremos ir en misión oficial (reporteros de la revista colegial haciendo una interviu a ilustres tunos, por ejemplo). Más que todo, para asegurarnos que nos nos dejen en tierra otra vez.

P.D.: Agradezco a Tomás el haberme pasado las fotos de este post.

3 comentarios:

Chiti dijo...

Hola, Javi:

Veo que vosotros también os estáis aficionando a los viajes relámpago... XD Para que luego me digan a mí!! XD

Siento lo que os pasó, pero bueno, mirándolo por elm lado positivo, el que os dejaran en tierra os permitió pasar un rato más en una de las ciudades más bonitas!!!! XD

Un besito!

scralk dijo...

Jajajajajaja. Me enteré de vuestra aventurilla ayer a medio dia que estuve un momentillo en el colegío. Era el acontecimiento del día...xD

En realidad era un ardid del gobierno de Andalucía Occidental para eliminar a los líderes de la Oriental... ;)

Pereira dijo...

En verdad, valió la pena que nos dejaran en tierra. Si no, no hubiésemos podido disfrutar de la Plaza de España y el Parque de María Luisa.