La primera parte de esta premisa responde al título de un programa de radio o a las palabras que cierto locutor, creo que de la cadena SER o de RNE, pronunciaba al empezar su espacio, aunque no me hagan demasiado caso, que la memoria puede llegar a ser traicionera (confirmar esta información en el libro "En el aire. 75 años de la radio en España", edita Cadena Ser, Madrid, 1999).
Lo de la explicación, a la que yo añadiría un arrepentimiento y mis más sinceras disculpas por no haber actualizado el blog durante estos últimos diez días, se refiere a la cuestión que me ha planteado algún que otro compañero del Loyola cuando me preguntó que significaba la palabra alfaqueque. Creo que ha llegado la hora de darle cumplida respuesta.
Alfaqueque, según el arabista y profesor de la Universidad de Salamanca, Felipe Maíllo Salgado, en su obra "Vocabulario de historia árabe e islámica", editado por Akal, Madrid, 1996, páginas 24-25; procede del árabe al-fakkak, viniendo a significar algo así como el redentor de cautivos, figura que existía en la Edad Media en la Corona de Castilla, documentándose a partir del siglo XIII y se inspiraba en la institución ya presente en la época califal (siglos X-XI). El alfaqueque debía favorecer los tratos para libertar a los cautivos y llevarlos a un lugar seguro, ocupándose de recuperar los bienes robados, recibiendo a cambio indemnizaciones en función del precio del rescate. Eran mediadores legales y reconocidos a ambos lados de la frontera hispano-musulmana y entre sus cualidades, debían reunir honorabilidad y una posición económica desahogada a fin de evitar posibles corruptelas. Como institución desaparecerían en la Península en el siglo XVI, perpetuándose hasta el XVIII en los presidios españoles del Norte de África.
Este nombre lo escogí hace dos años, al crearme una cuenta de correo, porque me llamó la atención, en tanto en cuanto una figura que, pese a ser remunerada por su trabajo, desempeñaba una labor esencial, devolviendo a sus lugares de procedencia a los cautivos, acaso después de una dilatada ausencia forzada por las circunstancias. También, porque me recordaba a la "Divina Comedia", de Dante Aligheri, la cual no he tenido el gusto de leer, a la que un profesor de mi instituto se encargó de poner en relevancia cuando hablaba de Beattrice, que desciende a los infiernos para salvar al ¿poeta? (vaya, el primo alemán, Alzheimer, ataca de nuevo); o porque considero que, en multitud de ocasiones, resulta gratificante intentar ayudar a lo demás, en la medida de lo posible, que te sientes realizado como persona, pese a que un servidor no siempre predique con el ejemplo, bien en su faceta ciudadana, humana y laica, bien en su faceta como creyente y seglar.
Como curiosidad, terminar diciendo que cuando firmo como Pereira, se debe al protagonista principal de la novela de Antonio Tabucchi, "Sostiene Pereira", un periodista de edad madura que en el Portugal de Salazar, concretamente en los años treinta, desempeña su oficio con un conformismo hacia lo establecido (respetando las reglas que el régimen dictatorial impone a través de la censura) y no adoptando ningún posicionamiento comprometido, hasta que el conocer a un muchacho apasionado y concienciado, Monteiro Rossi, quien empieza a colaborar con Pereira en su sección, y a su novia, le cambia su perspectiva de la vida y del mundo en el que viven. Al leer el citado libro, que te engancha pese a su casi nula puntuación, que recuerda a las novelas de Saramago (son frases encadenadas, sin punto y seguido, ni guiones cuando se establecen conversaciones entre los personajes), sientes un cariño especial por este antihéroe, por este personaje singular pero a la vez cotidiano, al que dio presencia en carne y hueso el actor italiano Marcelo Mastroianni, al interpretar dicho papel en la película homónima, del cual podéis consultar un estudio sobre sus formas simbólicas y propaganda.
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